Humillar es hacer que otro se sienta menos, inferior, expuesto o ridiculizado. No siempre se hace a gritos. A veces basta un silencio despreciativo, una corrección pública sin cuidado, una risa a destiempo. En neurocirugía —donde la tensión, la presión y la jerarquía son constantes— humillar se ha normalizado bajo el disfraz de “formar carácter” o “enseñar con dureza”. Pero no forma: hiere. Y no enseña: paraliza.

  • Interrumpiendo sistemáticamente al residente.
  • Haciendo comentarios irónicos delante del equipo.
  • Usando el error del otro como lección pública, sin cuidado.
  • Comparando de forma despectiva: “a tu edad, yo ya…”
  • Ridiculizando una pregunta, una duda o una emoción.
  • Bloqueo del aprendizaje.
  • Desconfianza crónica hacia la figura del tutor.
  • Reproducción del mismo patrón con futuros residentes.
  • Heridas emocionales que duran mucho más que la guardia.
  • Se puede corregir sin herir.
  • Se puede evaluar sin destruir.
  • Se puede liderar sin aplastar.
  • Formar no es endurecer: es acompañar el crecimiento.
  • Porque muchos la vivieron y la repiten sin cuestionar.
  • Porque se confunde autoridad con superioridad.
  • Porque se usa el estrés como justificación emocional.
  • Porque nadie ha dicho, con calma pero con firmeza: esto no está bien.
  • Revisar el lenguaje y el tono con que se enseña.
  • Pedir disculpas cuando se ha cruzado una línea.
  • Validar la dignidad del otro incluso cuando ha fallado.
  • Crear espacios seguros para hablar del daño vivido.
  • Recordar que lo que más forma… es el respeto sostenido.

La humillación no mejora la técnica. Solo disminuye al otro. Y en un oficio que trata con cuerpos vulnerables y decisiones críticas, el respeto no es un lujo: es una forma de verdad. Un neurocirujano puede ser brillante. Pero si humilla… su luz es ciega.

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  • Última modificación: 2025/05/04 00:00
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