El prestigio es uno de los grandes motores —y peligros— del ejercicio neuroquirúrgico. Socialmente valorado, institucionalmente recompensado y emocionalmente adictivo, el prestigio puede impulsar a muchos profesionales hacia la excelencia. Pero también puede distorsionar el sentido de la práctica médica si se convierte en el fin último de cada decisión.
El prestigio, cuando es verdadero, no necesita gritar. Acompaña. Respalda. Pero no sustituye. En neurocirugía, la grandeza no está en ser reconocido por todos, sino en ser coherente con uno mismo, aunque nadie aplauda. El prestigio pasa. La verdad y la paz personal quedan.