Desacordar no es atacar. No es deslealtad. No es falta de respeto. Es pensar distinto, sentir distinto, proponer algo diferente… y atreverse a decirlo. En neurocirugía —donde el saber técnico y la jerarquía pesan tanto— el desacuerdo suele vivirse como amenaza. Pero en realidad, es una señal de conciencia viva.

  • En decisiones quirúrgicas complejas: dos caminos posibles.
  • En la forma de tratar a un paciente, de comunicar, de enseñar.
  • En la visión sobre un diagnóstico, un abordaje, un momento quirúrgico.
  • En el liderazgo: cuando el residente o colega ve lo que tú no ves.
  • Silencio tenso por miedo a represalias.
  • Ridiculización del que piensa distinto.
  • Uso de la autoridad para zanjar el tema sin debate.
  • Etiquetar al otro como “problemático” o “conflictivo”.
  • Mejores decisiones clínicas: dos ojos ven más que uno.
  • Aprendizaje profundo para todos los niveles.
  • Fortalecimiento del equipo desde el pensamiento crítico.
  • Evita errores nacidos de la certeza solitaria.
  • Transforma el clima laboral: la voz se vuelve herramienta, no amenaza.
  • No premiar solo la obediencia: valorar la conciencia.
  • Escuchar incluso cuando incomoda.
  • No responder desde el ego, sino desde el criterio.
  • Enseñar que la autoridad no desaparece cuando se escucha: se legitima.
  • Abrir espacios donde se pueda decir: “yo no lo haría así”.
  • Formar a los residentes para pensar, no para repetir.
  • Revisar decisiones sin necesidad de que haya habido un error.
  • Recordar que el desacuerdo no divide: lo que divide es el silencio fingido.

El desacuerdo no es ruido. Es señal de vida. En una cultura quirúrgica sana, se puede disentir sin perder el respeto, sin poner en juego el vínculo. Porque en neurocirugía, como en la vida, no siempre se necesita tener razón… pero sí tener el coraje de escuchar lo que aún no hemos visto.

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  • Última modificación: 2025/05/04 00:03
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